San Tarcisio era un acólito o ayudante de los sacerdotes en Roma. Después de participar en una Santa Misa en las Catacumbas de San Calixto fue encargado por el obispo para llevar la Sagrada Eucaristía a los cristianos que estaban en la cárcel, prisioneros por proclamar su fe en Jesucristo. Por la calle se encontró con un grupo de jóvenes paganos que le preguntaron qué llevaba allí bajo su manto. El no les quiso decir, y los otros lo atacaron ferozmente para robarle la Eucaristía. El joven prefirió morir antes que entregar tan sagrado tesoro. Cuando estaba siendo apedreado llegó un soldado cristiano y alejó a los atacantes. Tarcisio le encomendó que les llevara la Sagrada Comunión a los encarcelados, y murió contento de haber podido dar su vida por defender el Sacramento y las Sagradas formas donde está el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Los paganos lo encontraron cuando transportaba el Sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarcisio quería cumplir aquello que dijo Jesús: "No arrojen las perlas a los cerdos", y se negó a responder. Los paganos lo apalearon y apedrearon hasta que exhaló el último suspiro pero no pudieron quitarle el Sacramento de Cristo. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarcisio y le dieron honrosa sepultura en el Cementerio de Calixto".
Sobre su tumba escribió el Papa San Dámaso este hermoso epitafio: "Lector que lees estas líneas: te conviene recordar que el mérito de Tarcisio es muy parecido al del diácono San Esteban, a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo, a los cuales exhortaba a volverse mejores. Tarcisio, mientras lleva el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser martirizado, antes que entregar a los perros rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne Divina de Cristo".
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