Desde siempre existen los problemas. El primero que conocemos es el del pobre Adán luego de comerse la manzana. De ahí en adelante tuvo una vida muy, pero muy dura, condenado a ganarse el pan cada día con el sudor de su frente.
Y resulta que los problemas son el pan nuestro de cada día. Para muchos el problema es qué ponerse porque tiene mucho de dónde elegir, y para otros es qué ponerse porque apenas tiene la ropa que lleva encima.
Los problemas tienen todos algo en común, y es la forma en que se logra solucionarlos. La receta es la misma, bien sencilla. Una anécdota –que estoy seguro muchos ya la conocen-- nos servirá para explicarla:
Se cuenta que en el parque de cierto pueblo se hizo necesario tumbar un enorme roble, al que le había caído una extraña plaga que lo convertía en un verdadero peligro público, temiendo se cayera o contagiara a los demás árboles.
Se hizo todo lo posible por salvarlo. Los vecinos estaban muy tristes ante su impotencia. No es fácil definir la causa de un problema, y no menos fácil es tomar la decisión de solucionarlo.
Una mañana llegaron los obreros con sierras automáticas y hachas. Todos se congregaron en la plaza para presenciar el derrumbe del viejo árbol, excitados ante el inmenso estrépito que produciría su caída. Todos suponían que los hombres empezarían cortando el gigantesco tronco principal por el sitio más pegado al suelo. Pero fue todo lo contrario. Colocaron escaleras y comenzaron podando las ramas más altas.
Y así, desde arriba hacia abajo, fueron cortando desde las más pequeñas hasta las más grandes ramas, quedando al final tan sólo el tronco central. Un rato después, aquel poderoso roble se encontraba en el suelo, cuidadosamente cortado a pedazos. El sol cubría esplendoroso el centro del parque. Ya no había sombra: era como si nunca hubiera estado allí, era como si no hubiera tardado más de medio siglo en crecer….
Uno de los obreros explicó que de haber cortado el árbol cerca de la tierra y antes de quitar las ramas, se hubiera vuelto incontrolable, produciendo grandes destrozos en su caída. Es más fácil manejar un árbol cuanto más pequeño se le hace.
Aprendamos. Tenemos que podar primero los pequeños obstáculos para ir llegando al tronco principal de nuestras preocupaciones. Quitar primero las ramas una a una. Ocuparnos, no preocuparnos. Reconocer nuestros errores. Tener el valor de enfrentarlos. Establecer las prioridades. Tener claros los objetivos en la vida. Librarnos poco a poco de todo el peso que nos impide trabajar, crecer, disfrutar, vivir.
Concluye la anécdota afirmando que no siempre resulta fácil enfrentar nuestros problemas, pero al menos podemos intentarlo mientras vamos poco a poco, con la ayuda del Señor, transformando nuestro miedo, angustia y desesperación, en fortaleza, esperanza y fe.
Bendiciones y paz.
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