Hace muchos años, en un pueblo lejano, un campesino que tenía un hijo, decidió que debía vender su burro en un mercado para tener algo más de dinero.
Un día se levantó temprano, le pidió a su hijo acompañarle y ambos se pusieron en marcha.
Al verlos un vecino, media hora más tarde, se echó a reír y le dijo al campesino:
- Pero hombre, ¿cómo teniendo un burro tan lozano dejas que tu hijo haga el camino a pie? ja,ja,ja... ¡pero que bobo eres, vecino!
- Pero hombre, ¿cómo teniendo un burro tan lozano dejas que tu hijo haga el camino a pie? ja,ja,ja... ¡pero que bobo eres, vecino!
Padre e hijo se miraron y tras reflexionar un instante el campesino se dio cuenta que su vecino tenía razón. Montó a su hijo en el burro y continuó caminando.
Al rato se cruzó con ellos un viajero que les saludó cortésmente.
- ¡Muchacho! -le dijo al niño-, pareces fuerte y eres joven, ¿cómo vas ahí sentado dejando que tu pobre padre haga el camino a pie?
- ¡Muchacho! -le dijo al niño-, pareces fuerte y eres joven, ¿cómo vas ahí sentado dejando que tu pobre padre haga el camino a pie?
Dicho lo cual prosiguió su viaje. Padre e hijo se miraron de nuevo y decidieron que el viajero tenía razón, así que intercambiaron los lugares, dándose cuenta el padre de que agradecía el cambio.
Pero un poco más adelante se encontraron con una lavandera:
- ¡Pero mira que son bobos! -exclamó la mujer-, con un burro tan fuerte y no se dan cuenta que los dos pueden ir montados, jajajajja...
De nuevo padre e hijo se miraron y se dieron cuenta que la mujer tenía razón, con lo cuál el hijo subió también a lomos del burro.
Llegando la hora del mediodía, cuando el sol calentaba fuerte el camino, el campesino y su hijo se encontraron con un párroco.
- ¡Ay, cielo santo! -dijo el sacerdote-, ¡¿habrase visto modo semejante de castigar a un pobre animal?! Tanto usted como su hijo gozan de una salud envidiable. ¿Por qué van subidos a lomos de ese pobre burrito en un día tan caluroso? ¿es que quieren reventarlo?
El cura continuó su camino y padre e hijo se miraron de nuevo, apeándose del burro tras meditarlo despacio. Continuaron el camino a pie, tal como lo habían comenzado, haciendo oídos sordos a los comentarios de todos los que se encontraban.
Al llegar al mercado, el padre se agachó junto a su hijo y le dijo:
- ¿Has visto hijo mío? Cada persona que nos hemos encontrando en el camino nos ha dado un consejo sobre como debíamos hacer el viaje. Y cada vez nos ha parecido que llevaban razón... y así era, en cierto modo. Pero la razón de uno la criticaba el siguiente y la de éste era de nuevo criticada por otro. Y así pasa siempre en esta vida. Por eso, hijo mío, hemos de aprender una cosa de esta jornada: has de hacer siempre aquello que tú consideres correcto y no dejarte llevar por lo que los demás te digan, pues solamente tú eres responsable de tus actos y solo debes responder de ellos ante tu conciencia.
Autor desconocido
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