Un hombre caminaba por el bosque dándole vueltas a sus preocupaciones, pensando en sus muchos problemas. Agotado, se detuvo a descansar a la sombra de un árbol, pero se trataba de un árbol mágico que concedía instantáneamente todos los deseos de cualquier persona que lo tocara.
El hombre estaba sediento, así que pensó para sus adentros que le encantaría tener agua fresca. Al instante, un vaso de agua fría apareció en su mano. Sorprendido, miró el agua y la bebió. Cuando calmó su sed, se dio cuenta de que estaba hambriento y deseó tener algo de comer. Un plato de comida apareció ante él.
“Mis deseos se vuelven realidad”, pensó el hombre con incredulidad.
“Si realmente es así, deseo tener un hermoso hogar”, dijo en voz alta.
La casa apareció en el prado que se extendía frente a él. Una gran sonrisa cruzó su rostro mientras deseaba tener sirvientes que se hicieran cargo de aquella maravillosa casa. Cuando aparecieron, se dio cuenta de que de alguna manera había sido bendecido con un poder increíble y deseó tener una hermosa, amorosa e inteligente mujer con quien compartir su buena fortuna.
Cuando la mujer apareció ante sus ojos, el hombre le dijo: “Espera un minuto, esto es ridículo. Nunca he tenido tanta suerte en la vida. Esto no me puede pasar a mí”.
No había terminado de pronunciar esas palabras cuando todo desapareció.
Resignado, el hombre se dijo: “Lo sabía, algo tan maravilloso no me podía pasar”. Y se alejó cabizbajo pensando en sus muchos problemas.
A muchas personas, como al hombre de la historia, le suceden cosas maravillosas que luego se desvanecen como por arte de magia simplemente porque piensan que no las merecen. Esta parábola nos invita a reflexionar sobre lo que esperamos de la vida y lo que creemos que podemos alcanzar.
Autor desconocido
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