Había una vez una curiosa gallinita roja que vivía junto a otros animales en una bella granja.
Los propietarios de la granja la tenían siempre tan limpia y ordenada, y atendían tan bien a todos los animales por igual, que allí todo era armonía y felicidad.
Cada día todos los animales desempeñaban orgullosos sus funciones y los dueños trabajaban con tal ahínco, que podríamos decir que era incluso una granja próspera, con buenas producciones de leche, queso, carne, pienso, heno y trigo.
Sin embargo, hubo un breve tiempo en el que el trigo no abundó mucho, por lo que los dueños reservaban el que había para su propia alimentación y la venta, dándole entonces a los animales otras cosas igual de efectivas para su alimentación, pero que quizás a alguno que otro no les agradase tanto como el tradicional grano.
Uno de esos animales al que le gustaba mucho el trigo era una gallinita roja, quien tuvo tanta dicha que un día se encontró escarbando un reluciente grano de trigo.
Pensó la gallinita que no resolvería nada con picotearlo y comérselo así, por lo que prefirió trazar una estrategia que le permitiese a la larga obtener más. Se dijo: -Si lo siembro saldrá una planta, de la que luego obtendré mucho más para poder incluso hacer pan y compartir con mis amigos.
Así, la gallinita fue muy contenta a donde estaban los otros animales y dijo:
-He encontrado un grano de trigo. Pienso plantarlo para luego cosecharlo y hacer un rico pan. ¿Quién me ayudará a sembrar?
Ni cortos ni perezosos los animales se pronunciaron.
-¡Yo no! –dijo el pato.
-¡Ni yo!- exclamó el perro.
-¡Yo tampoco!-agregó el gato.
Un poco desilusionada por la falta de ayuda, pero aún resuelta en su empeño, la gallinita roja dijo:
-Está bien. Ya lo plantaré yo sola.
Así, la gallinita fue y escogió un buen lugar para la siembra. Tanto esmero puso a su labor y tanto vigiló y regó el lugar, que al cabo de unos pocos días la naturaleza la premió con una bella planta.
Radiante de alegría la gallinita acudió una vez más a por ayuda de sus compañeros, pues necesitaba de ellos para segar la planta y cosechar el fruto.
Cuando llegó al establo donde descansaban el resto de los animales les explicó:
-Mi grano se hizo una bella planta que ahora debo segar para luego separar el grano de la paja. Es una gran tarea para la que requeriré de ustedes. ¿Me ayudan?
Al igual que en la ocasión anterior, la gallinita obtuvo las mismas respuestas.
-¡Yo no! –dijo el pato.
-¡Ni yo!- exclamó el perro.
-¡Yo tampoco!-agregó el gato.
Ya más desilusionada de sus amigos que en el anterior pedido la gallinita roja les contestó:
-Pues bien, ya me las apañaré yo solita.
Acto seguido fue sin más ayuda que la de sus paticas y alas e invirtió gran cantidad de horas segando y separando luego el grano de la paja. Al día siguiente, muy extenuada pero contenta por haber obtenido un gran resultado después de un duro trabajo, cayó en la cuenta de que ya solo le restaba ir al molino y hacer el delicioso pan que había previsto.
Aunque estaba molesta por la falta de disposición de sus amigos para hacer algo de lo que también podrían beneficiarse, pues a todos encantaba el pan de trigo, decidió darles otra oportunidad y acudió a solicitar su ayuda.
-Amigos, -les dijo. –Ya tengo el grano listo para ir al molino y hacer un rico pan. Todo será más fácil y rápido si me ayudan. ¿Se apunta?
Una vez más, la pereza de sus amigos la sorprendió.
-¡Yo no! Estoy muy cansado –dijo el pato.
-¡Ni yo! Prefiero quedarme aquí- exclamó el perro.
-¡Conmigo no cuentes!-agregó dándose un gran estirón el gato.
A la gallinita roja le pareció que esto era el colmo.
No solía pedir ayuda a ninguno de sus amigos, pero para una vez que lo hacía, y con el objetivo de tener algo bueno para todos, la respuesta de ellos no podía menos que molestarla.
Por ello, decidió que lo que había empezado sola lo acabaría de la misma manera y disfrutaría del rico pan ella solita. Así, comenzó a hornear el delicioso producto en el molino.
Cuando ya estaba listo, su agradable aroma invadió todos los rincones de la granja. Atrapados por ella, los animales acudieron en masa hacia el molino y vieron como la gallinita roja traía entre sus alas una bandeja muy grande, con un rico pan encima.
Al verlos la gallinita dijo pícaramente:
-He aquí el resultado de mi empeño y trabajo. ¿Quiere alguno compartir conmigo este rico pan?
Enseguida las respuestas habituales variaron.
-¡Yo, que siempre he sido tu amigo! –exclamó el perro.
-¡Y yo también, que siempre te he apreciado mucho! –dijo el pato.
-¡Cuenta conmigo para eso! –ripostó el gato.
Sin dudarlo un segundo la gallinita roja dijo entre molesta y contenta a la vez:
-Pues pueden creer que no. Cuando acudí en su ayuda todos me rechazaron y ahora, que el pan está listo para comer, es cuando único recuerdan nuestra amistad. Por eso lo disfrutaré yo solita. Si no me ayudaron a hacerlo, no probarán bocado alguno del resultado de mi arduo trabajo.
Así la gallinita roja disfrutó mucho su trabajoso pan y dio una gran lección a sus supuestos amigos, porque los amigos
de verdad son aquellos que permanecen y luchan junto a uno tanto en las buenas como en las malas.
Por suerte, el perro, el pato y el gato comprendieron esto y a partir de ese momento, junto a la gallinita roja, fueron mejores animales y amigos de lo que habían sido.
Autor desconocido
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