Se cuenta que, hace mucho tiempo, los hombres pensaban constantemente en la muerte. No disfrutaban de lo que comían, ni de lo que bebían, por la obsesión constante día y noche con la idea de la muerte y del Ángel de la muerte.
¿Por qué? Porque aún desconocían el amplio mundo de las ideas.
Las ideas y los pensamientos que nos preocupan hoy no existían en aquella época.
A medida que los hombres de entonces envejecían, sus cuerpos iban quedando cada vez más descarnados, porque es sabido que las reflexiones sobre la muerte consumen la carne del hombre. Y cuando morían los hombres, los gusanos no encontraban nada para comer en las tumbas de los seres humanos.
Un día los gusanos decidieron quejarse ante el Señor Dios.
- Dueño del Universo -le dijeron-, cuando nos creaste nos dijiste que comeríamos carne. Pero ¿dónde está la carne? Los hombres mueren delgados como clavos. ¿Quieres que nos alimentemos de sus huesos?
- Tenéis razón, queridos gusanos -les dijo el Señor Dios-. Voy a pedir consejo a los ángeles.
Los ángeles reflexionaron sobre la queja de los gusanos. Llegaron a la conclusión de que tenían toda la razón. Que habían sido creados para comer carne.
¿Qué podía hacer el Señor Dios? Escuchó la sugerencia de los gusanos, e introdujo el dinero en el mundo.
Y el hombre se puso a comprar, y a vender por doscientos lo que había comprado por cien. Se apasionó por la compra y la venta, hasta olvidarse completamente de la muerte. La preocupación del hombre estaba totalmente volcada en el dinero. Estudiar y trabajar para ganar dinero. Salir para gastar dinero. Hacer guerras para tener más dinero. Vender lo que fuese y a quien fuese para conseguir más dinero.
Y con los dineros ganados, el hombre empleaba la mitad en comprar mercancías y la otra mitad en adquirir alimentos. Y durante todo el día se decía y se repetía: «¿Cómo me las arreglaré para ganar más dinero? ¿cómo haré para gastar las ganancias?»
Y el hombre comía y engordaba. Se divertía y engordaba. Compraba de todo y engordaba. Al mismo tiempo el alma se encogía, se disolvía, y en muchos casos desaparecía.
Tanto, que actualmente, cuando muere un hombre, los gusanos se alegran y dan gracias a Dios por su gran misericordia.
BEN ZIMET.
Cuentos del pueblo judío, Sígueme
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