Había una vez, hace mucho tiempo, un pueblo que recibió un mensaje muy especial de Dios. Una mañana, al mediodía, cuando el sol se encontraba en lo más alto, oyeron una potente voz procedente del Cielo que les decía:
– Sois un pueblo bendecido por mí, al que os voy a ofrecer un regalo sin precedentes. Voy a guiaros hasta un lejano lugar en el que he ocultado un fantástico tesoro tan impresionante como nunca ojo humano vio, ni oído oyó. Sólo os pongo una condición para acceder a él: tenéis que hacer el camino cargando con una cruz de madera que yo os daré.
Los jóvenes no se lo pensaron, aceptaron la propuesta, recibieron su pesada cruz de madera y se pusieron en camino siguiendo las indicaciones del Cielo. Pero no era fácil cargar con el madero, así que algunos se dieron media vuelta y se volvieron a su casa renunciando al prometido tesoro.
Otros iban haciendo paradas para descansar y, tras recuperar el aliento, continuaban con su marcha. Por último hubo un joven, uno de los primeros de su clase, que harto ya de tanto cansancio, decidió aplicar su siempre impecable lógica a la situación para tratar de hacerla menos penosa.
– Vamos a ver-se dijo-, la voz del Cielo nos ha dicho que la única condición que nos ponía para acceder al tesoro era cargar con una cruz de madera que Él nos daría. Pero en ningún momento ha dicho que no podamos cortar un trozo de la cruz para hacerla más ligera…
Así que, convencido de su sagacidad, se detuvo y le dijo a Dios:
– Esta cruz es muy pesada para mí… ¿Te importa que le corte unos pocos centímetros de base?
No hubo respuesta pero, como que dice el refrán que quien calla, otorga… Pues eso, no lo dudó y recortó unos centímetros de madera a la cruz… Y siguió su camino.
No podía negarse que andaba un poco más ligero, pero el peso que seguía soportando le parecía una auténtica barbaridad. Así que se paró de nuevo para hablar con Dios y le dijo:
– Señor, esto sigue siendo pesadísimo. Si no me dices lo contrario, voy a cortar otro trocito de la cruz para así cargar con ella con mayor facilidad.
Nuevo silencio, y nuevo recorte… Sensiblemente mayor que el primero.
Ahora sí que iba bien con su cruz al hombro, y mirando de reojo y con superioridad a todos aquellos simplones que cargaban con su cruz entera por no haber utilizado la cabeza como lo había hecho él. Una sonrisa de superioridad (y probablemente de vanidad) se dibujaba en su rostro mientras recordaba a su madre repetir una y otra vez: «es que mi niño… Es tan listo…».
Pero su sonrisa se esfumó y los ojos se le inyectaron en sangre cuando, con el impresionante tesoro ya a la vista, se dio cuenta de que un foso le separaba de él… Y que, siguiendo las indicaciones de la Voz, todos usaban la cruz que habían cargado al hombro como puente para salvar el espacio del foso, mientras que el madero del chico listo, al haber sido recortado, no cubría la distancia… Imposibilitándole a alcanzar la meta y disfrutar del tesoro prometido. Pensó en aprovechar una cruz ajena, pero la Voz advirtió: «sólo vuestra cruz os sostendrá, cualquier otra se hundirá bajo vuestro peso y os hará caer al abismo».
En ese momento lloró como un niño, y comprendió lo que muchos todavía no hemos aprendido: que las cruces de hoy, los problemas y dificultades que pueblan nuestra vida, nos preparan para superar los abismos del futuro y nos garantizan llegar a la Tierra Prometida, a alcanzar nuestro destino, a ser quienes debemos ser.
Carguemos con nuestras cruces, aceptemos lo que nos venga encima con el convencimiento de que, aunque ahora pueda resultar duro e incomprensible, podemos estar seguros de que en el futuro nos reportará grandes beneficios. Porque, no lo olvidemos nunca: en esta vida… Omnia in bonum, todo es para bien.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario