Había una vez un hombre rico que fue demasiado literal para sus cosas. Leyó una vez que Jesucristo decía: “Toma tu cruz y sígueme”. Se dijo a sí mismo que no quería ser como ese joven rico, que por culpa de sus riquezas no siguió a Jesucristo. Pero ¿qué tipo de cruz podía llevar un hombre como él? Su condición era de mucha riqueza y su status social inigualable, por lo que no podía andar por el mundo arrastrando una cruz tosca y pesada. Se vería muy feo que andara así por el mundo, sólo por seguir el ejemplo de Jesús, que había sido pobre y estaba acostumbrado a las cosas sencillas, por decirlo de algún modo. No, debía haber alternativas para hombres como él, tan diferentes a la mayoría.
El hombre rico era astuto y reflexionó largamente como seguir al pie de la letra el tomar la cruz y optó por llevar una cruz de oro ceñida a su solapa. El no era un mal hombre, iba por el mundo dando su testimonio cristiano, todos podían ver su hermosa cruz y como nunca se la sacaba de encima (si hasta en el pijama la ponía), no era necesario preguntarle nada sobre su fe, él llevaba su cruz como consigna. Muchos, por agradarle, también llevaron cruces de esa forma. Era la ‘moda’ de los cristianos de alcurnia.
Nunca le escucharon una mala palabra y al llevar esa cruz le hacía parecer como un Obispo, por lo que muchos de sus amigos le decían ‘Monseñor’. El reía y disfrutaba todos los agazajos que le hacían en nombre de quien admiraba, pues él admiraba a Jesucristo, que siendo Dios había elegido vivir como un pobre. Sí, eso era más de lo que podía siquiera soñar para sí. ¿Ser un pobre voluntariamente? No, eso era demasiado para él. Pero llevaba su testimonio colgando de su solapa, eso ya era suficiente, hasta un gran gesto hacia su Dios.
Un día murió y con la alegría de ver una escalera bajar hasta él desde el cielo subió corriendo para entrar al Cielo de su Dios. Allí estaba Jesucristo en la entrada vestido como pobre, con su cruz en la espalda, con sus manos y pies heridos. El rico se presentó ante él y Jesús le pregunta: “¿Dónde traes tu cruz para seguirme?”. El rico no entendía nada. Al mirar hacia su solapa se dio cuenta de que estaba desnudo. Su cruz de oro había quedado en su tenida de gala, y junto a su cadáver era sepultada con gran pompa. Había olvidado su cruz ¿cómo podía haberle pasado eso a él si toda la vida había sido tan previsor?
Jesús, con dulzura y tristeza le dice: “La has olvidado porque tu cruz era un adorno. Quien lleva su cruz, semejante a la mía, le duele tanto que no la olvida jamás.”.
El rico volvió a la tierra y se detuvo en la cripta donde yacía su cuerpo y su cruz de oro.
Lloró al entender la verdad de su necedad.
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