viernes, 30 de agosto de 2019

La aventura de leer



David era un niño muy listo. Era tan aplicado que aprendió a leer cuando solo tenía cuatro años. Siempre le pedía a sus papás que le regalaran libros para así poderlos leer antes de dormir.


Le encantaban las historias de aventuras, esas en las que un caballero lucha contra un dragón para salvar a la princesa o aquellos en los que unos piratas navegan por los mares, en busca de grandes tesoros.

Había uno que le gustaba especialmente, “El país de la felicidad” donde un niño llamado Cirilo recorre medio mundo buscando un país encantado donde no existe la tristeza, solo la alegría.

Cirilo conoce muchos países, mucha gente, le suceden muchas cosas, unas buenas y otras no tanto, pero al final encuentra lo que busca, un país donde reina la felicidad.

¡Cómo le gustaba a David leer ese cuento! Unas veces lo leía él solito, otras le pedía a su mamá que se lo leyera mientras él se dormía imaginándose que era Cirilo y vivía todas esa aventuras.

Cuando llegó el octavo cumpleaños de David, sus papás le regalaron una consola de videojuegos pero le pusieron una condición, que sólo jugase con ella los fines de semana y no descuidase sus estudios y otras aficiones.

Al principio David cumplió su promesa y jugaba los sábados y algún domingo pero, poco a poco y sin darse cuenta, comenzó a desobedecer a sus padres jugando también los días de diario.

Empezó jugando los lunes, luego algún que otro martes, muchos miércoles también, así hasta que llegó el día en que David no hacía otra cosa que jugar a los videojuegos.


Pasaba demasiado tiempo delante de la consola, tanto que descuidó muchas cosas. Entre ellas la lectura. ¡No! ¡David ya no leía! Ni siquiera dejaba que su mamá le leyera algún cuento antes de dormir. Pero ¿cómo pudo suceder?

Pasó el tiempo y los cuentos que David guardaba cuidadosamente en la estantería de su habitación se fueron llenando de polvo, fueron perdiendo color. Era como si los libros estuvieran enfermando.

Una noche algo asombroso sucedió. Mientras David dormía, de entre las páginas de los libros salieron todos los personajes de las historias que no hace mucho eran leídas por nuestro amigo.

Se fueron reuniendo, uno a uno, bajo la ventana del dormitorio y, cuando estuvieron todos, comenzaron a hablar entre ellos, preocupados por la nueva actitud de David.

No entendían qué le había pasado. Por qué ahora, de repente, no leía sus historias. Tenían que hacer algo para recuperar a su amigo. Estuvieron un buen rato pensando y a ninguno se le ocurría nada.

De repente, Cirilo, el personaje de “El país de la felicidad” gritó:

– “¡Creo que sé qué podemos hacer! He entrado en la mente de David y entre sus pensamientos no he encontrado ni rastro de nuestras historias. Está tan ocupado en jugar con los videojuegos que se ha olvidado de todo lo demás.

Propongo que a partir de mañana entremos en sus sueños, cada noche, uno de nosotros y así le hagamos recordar lo divertido que es leer. Es posible que así le convenzamos de que debe volver a abrir nuestros libros y releer nuestras historias”.

A todos les pareció una buena idea lo propuesto por Cirilo y así lo harían. La primera noche fueron los piratas los que entraron en los sueños de David. 

Intentaron convencerlo para que volviera a vivir con ellos infinitas aventuras buscando tesoros.

Pero al día siguiente nada cambió en el comportamiento de David y los piratas se disgustaron tanto que cayeron al suelo dormidos y no volvieron a despertar.

La segunda noche lo intentó el caballero del libro “La princesa y el dragón” pero a pesar de luchar insistentemente para que David recordara y volviera a ser el de antes, no consiguió que a la mañana siguiente leyera ningún cuento. Tal fue la tristeza, que cayó desmayado al suelo y junto a él, la princesa y el dragón.

Así fueron pasando las noches y nadie conseguía convencer a David de que volviera a leer y para mayor desgracia, todos los que lo intentaban caían en un sueño del que no despertaban.

Llegó la noche en la que Cirilo tenía que entrar en los sueños de David. Cirilo temía que le pasara lo mismo que a sus compañeros, que se durmiera y no pudiera volver a despertar. Aunque lo que más le preocupaba era sentir el olvido y el desprecio de David.

Cirilo se armó de valentía y se adentró en los sueños de su amigo David. Juntos volvieron a disfrutar de un montón de aventuras buscando el país de la felicidad.

Pasada la noche y entrada la mañana, David se despertó con una sensación extraña. Se sentía triste y vacío. Recordó que hacía mucho tiempo que no leía cuentos con su mamá y eso le entristeció más aún. Saltó de la cama y se dirigió corriendo a su estantería donde tenía colocados todos sus libros.

Con asombro vio como sus libros habían perdido todo el color y al abrirlos descubrió que todas las páginas estaban en blanco. ¡No podía ser! Todas las historias que tanto le hacían disfrutar se habían borrado.

David no podía contener el llanto. Corriendo fue a contarle lo ocurrido a su mamá, quién le secó las lágrimas y dulcemente, le dijo:

-“Cariño, no te preocupes. Hemos leído tantas veces estos cuentos que nos sabemos las historias de memoria, por ello, vamos a volver a escribirlos los dos”.

Coge un lápiz que estás páginas que ahora están en blanco, volverán a contar las mismas historias que hace un tiempo leíamos tú y yo”.

Y así lo hicieron. A medida que iban escribiendo las historias, los personajes que en ellas habitan iban despertando del sueño que les tenía prisioneros. Recobraban la vida y volvían a llenar la estantería de David de bonitos colores.

Por cada libro que finalizaban, mayor era la felicidad que David sentía en su corazón. Y cuando terminaron con todos los libros, David dejó de sentir vacío en su interior. Se sentía tan bien, que no volvió a descuidar la lectura. 

Siempre que podía se compraba un libro o pedía que se lo regalaran por su cumpleaños.

Ahora David, no tiene una estantería con libros, sino, varias estanterías con muchos libros. Y lo mejor de todo es que son libros que jamás perderán el color.

Marisol


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