Yo era una persona vanidosa y altiva que despreciaba los malos olores y la comida insípida, y aprendí que aún en medio de perfumes, este cuerpo en el que habito algún día se descompondrá y por más perfumes y belleza, la gente huirá ante el olor fétido de la muerte...
Aprendí que después de 3 días de "NADA VIA ORAL" yo, la "delicada", era capaz de suplicar por un simple pedazo de pan... Conocí la resistencia de este cuerpo frágil y maltrecho que después de seis días sin comer se resignó a no masticar alimento y ya ni siquiera quería soñar con manjares.
Aprendí que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, y las hace solidarias con sus semejantes, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno.
Aprendí que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, y las hace solidarias con sus semejantes, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno.
Recuerdo en uno de mis muchos internamientos en que me ubicaron en un cuarto aislado donde sólo había dos camas, a la doctora de turno se le metió en la cabeza que lo que yo padecía era una pancreatitis ( luego se dieron cuenta que el diagnóstico estaba equivocado) y decidió ponerme sondas naso gástricas (mangueras por la nariz para evacuar el líquido estomacal), el dolor era insoportable, debido a que tengo el tabique nasal desviado y me introdujeron la manguera por la única fosa nasal que me permitía respirar quedé privada de ese "privilegio" y al hacerlo por la boca la sonda que pasaba por mi garganta me provocaba la sensación de tener un palillo de dientes asfixiándome en mi tráquea... grité cuanto pude a lo largo de cuatro horas con la intensión de conmover, o al menos desesperar a las enfermera hasta que al fin, aunque fuera con el fin de callarme me quitaran el tormento de aquella sonda espantosa que me dejó traumada de por vida.
Al fin después de tanto escándalo y más por cansancio que por compasión, me quitaron la sonda y al fin pude respirar tranquila.
Cuando me volteé para ver al fin a mi compañera de cuarto, descubrí que era una mujer madura de unos 60 y tantos años, y tenía los ojos anegados de lágrimas y me dijo: "¡Gracias a Dios! Gracias a Dios que al fin te quitaron ese martirio, yo he estado pidiendo al Señor todo este tiempo, no sabe cuánto la considero y tenía el corazón partido al verla sufrir así" Le agradecí por su oración y le pregunté por qué se hallaba allí. Me explicó algo acerca de una herida que se había hecho en un brazo y que se le había agravado debido a una diabetes severa que sufría, cuando me recuperé y pude incorporarme para ver su herida tuve que ponerme la mano en la boca para contener el grito, aquella herida abarcaba casi mas de la mitad de la circunferencia de su brazo, a la altura del hombro y podía verse incluso parte del hueso. Al día siguiente, su esposo me contó que estaban a punto de amputarle el brazo y que estaban esperando un milagro... ¡Y ASÍ, EN ESAS CONDICIONES, ESTABA ORANDO POR MI! ¡POR UN MOMENTO OLVIDÓ SU PROPIO DOLOR, PARA INTERCEDER CONMOVIDA POR EL MÍO! Jamás había visto tal generosidad en alguien; y conforme pasó el tiempo y regresé repetidas veces al hospital, vi muchas más escenas como esa en las que en muchas otras ocasiones fui yo quien oró e intercedió por otros.
Esto fue lo que aprendí del dolor, esto fue lo que me dejaron 14 años de sufrimiento:
Aprender a valorar las cosas que tengo y no desear lo que está lejano, aprender a ser solidaria con mis semejantes, aprender que no soy más que nadie y que a la hora del dolor todas las lágrimas son saladas sin importar la clase social o el nivel académico. Aprendí sobre todo que Dios es el mismo para todos los que lloran, sean blancos o negros, viejos o jóvenes, letrados o ignorantes, buenos o malos... Todos lo invocamos por igual en medio de la desesperación y el dolor, y Él, como un Padre amoroso acude ante la llamada... sin excepción.
Al fin después de tanto escándalo y más por cansancio que por compasión, me quitaron la sonda y al fin pude respirar tranquila.
Cuando me volteé para ver al fin a mi compañera de cuarto, descubrí que era una mujer madura de unos 60 y tantos años, y tenía los ojos anegados de lágrimas y me dijo: "¡Gracias a Dios! Gracias a Dios que al fin te quitaron ese martirio, yo he estado pidiendo al Señor todo este tiempo, no sabe cuánto la considero y tenía el corazón partido al verla sufrir así" Le agradecí por su oración y le pregunté por qué se hallaba allí. Me explicó algo acerca de una herida que se había hecho en un brazo y que se le había agravado debido a una diabetes severa que sufría, cuando me recuperé y pude incorporarme para ver su herida tuve que ponerme la mano en la boca para contener el grito, aquella herida abarcaba casi mas de la mitad de la circunferencia de su brazo, a la altura del hombro y podía verse incluso parte del hueso. Al día siguiente, su esposo me contó que estaban a punto de amputarle el brazo y que estaban esperando un milagro... ¡Y ASÍ, EN ESAS CONDICIONES, ESTABA ORANDO POR MI! ¡POR UN MOMENTO OLVIDÓ SU PROPIO DOLOR, PARA INTERCEDER CONMOVIDA POR EL MÍO! Jamás había visto tal generosidad en alguien; y conforme pasó el tiempo y regresé repetidas veces al hospital, vi muchas más escenas como esa en las que en muchas otras ocasiones fui yo quien oró e intercedió por otros.
Esto fue lo que aprendí del dolor, esto fue lo que me dejaron 14 años de sufrimiento:
Aprender a valorar las cosas que tengo y no desear lo que está lejano, aprender a ser solidaria con mis semejantes, aprender que no soy más que nadie y que a la hora del dolor todas las lágrimas son saladas sin importar la clase social o el nivel académico. Aprendí sobre todo que Dios es el mismo para todos los que lloran, sean blancos o negros, viejos o jóvenes, letrados o ignorantes, buenos o malos... Todos lo invocamos por igual en medio de la desesperación y el dolor, y Él, como un Padre amoroso acude ante la llamada... sin excepción.
Autor desconocido
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